gris acerada,
gastada de consumir tanta tarde.
Siembras oros en las
sienes de mis árboles
no talados,
y anuncias la prematura vejez
de mis mañanas.
Tus aguas resbalan
sin pudor y sin cuidado
sobre el envés
dolorido de mis manos.
Tus aguas recorren
pacientes, peregrinas,
las heridas ya viejas
de mis ilusiones.
Y yo,
tu amante, tarde,
adoro en silencio,
el grito mudo
de esas aguas,
sin dejar de amarte.
Tus nubes ocultan la luz
de mis ojos en tí,
tarde;
extrañas, doloridas.
Tus nubes claman mis despedidas
y el vacío de mis canciones.
Y yo,
tu amante, tarde,
adoro en silencio
la mueca funesta
de tus nubes,
sin dejar de amarte.
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