No hubo mapa.
Ni brújula ni estrella.
Solo el paso ciego
sobre la dura tierra.
Sobre el cieno.
No hubo plan,
ni arquitectura.
Ni promesa, ni sueños.
Solo devenir y esfuerzo.
Y sin embargo... llegué.
De repente, la luz.
Delante de mí, la alegría
brotando libre.
Y me así a su flor
nacida de la grieta.
Sin permiso. Espontánea.
Como amanece el día.
Inevitable. Perfecto.
No había puerto programado.
No había escalas previstas.
Y el mar me regaló la orilla.
No buscaba el fruto.
La fortuna cargó mis ramas.
Y me meció en su barca.
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