jueves, 11 de diciembre de 2025

¿Quién soy?

 


Soy el que sobrevivió al ruido. Al caos.
El que fue antes de ser.

El que habitó el salón vacío.
donde la nada dolía.
El cansado de ser hombre.
El que navegó a la deriva.

Soy el que se detuvo en tu sendero.
Bendito momento.
El que cambió el deseo por tu roce.
La soledad por el fuego.

El que descubrió tu sonrisa 
y tu voz.
Tu equilibrio. Tus caderas. 
Tus labios y tus besos.

El que aprendió a medir la eternidad
en abrazos breves. 
Cálidos. 
Cada mañana.

El que dejó dos pequeñas huellas, 
contigo, en la orilla de 
nuestro mar. 
Un océano solo nuestro 
y un futuro.

Ahora soy el que observa.
El que contempla 
y disfruta de moléculas de paz.
Testigo humilde de este milagro.
Y agradecido, respira y
permanece.

El que acepta la grieta
y la sima. 
La meta y la tierra.

Ya no soy el caos. Ni el polvo.
Soy, simplemente,
el hombre que te encontró.
Y fui.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Contemplación

 

Sí, está solo. Allí está Él, solo y en silencio. Observando. Las gaviotas revolotean y se posan en la orilla. La piedra descansa en el mar, brillante, grávida de luz.  La flor de la duna apenas se viste de rocío. La nube y la galaxia viajan: sin prisas. El agua en el manantial. El ave y su nido. El centro y el latido. Y la mujer. Y el hombre. Todo está ahí. Lo sutil.

Observar y contemplar. Sabe que hay una cierta gravedad en cómo ocurre todo. Cómo los seres, cada ser, crece y se relaciona. Cómo está y permanece. Fluye. Se mueve y muere. Atrapado, sin libre albedrío. Nada decide. Una libertad normada, incolora. Reglada. Su hipótesis: todo ocurre porque puede ocurrir. Lo único que puede ocurrir. Dos leyes naturales claras y elegantes. Eso parece deducirse. Son obvias. Pero, Él sabe más …

Todo viene y va. Sin casi tocarlo. Sin casi verlo. Sin nombrarlo. Poco nos es concedido y muy poco es comprendido. Y, sin embargo, todo parece perfecto – casi demasiado perfecto - . Pero hay una grieta en la blancura del silencio. Una sutil fractura en la sombra de lo que esperamos. En el hilo roto del manantial. En la canción olvidada. En el beso no dado. En el vacío que ocupamos. En todo hay una herida. En todo lo vivo. En todo lo inerte.

Solo hay que ver y contemplar, como hace Él, para apreciarla. Valorarla. Respetarla. Pero lo que acontece no es lo que ocurre. Lo de fuera no es lo de dentro. Fuera está lo observado y dentro lo contemplado. 

Nada es perfecto hasta que no vemos esa falla. Nada es completo. El tiempo no es solo tiempo, ni el espacio es solo espacio. La grieta nos muestra lo inesperado: el tejido de lo no dicho, de lo escaso e incompleto. Dos mundos conectados por un abismo, separados por un hilo. 

Solo nos queda permanecer, observar, contemplar con admiración. La fractura nos muestra lo sagrado e inmarcesible. Lo inapreciado. Lo inaccesible. Lo profundo y negro que todo lo permea. No podemos extraerlo y transformarlo, colorearlo. No podemos tocarlo y utilizarlo. Ni siquiera Él. Y lo sabe. Solo percibirlo y esperar a que se manifieste de forma espontánea y caótica. Sin ápice de orden.

Él ya sabe que solo nos queda amar lo que vemos, lo que sentimos. Eso sagrado. Solo Él lo sabe y no lo revela. Nunca lo dirá. No puede. Nunca lo sabremos. Aunque nos angustie el vacío y la ruina. La única esperanza, la aceptación. La paciencia. La compasión. Siempre seremos incompletos. Deliciosamente imperfectos. Ahí está la belleza. Y Él lo sabe.

Comunión

 

Desde lo vacío, desde lo negro. Desde el mar. Retozaban mentalmente en espumas, sobre la arena de su día a día. Dormidos. Desnudos. Estrujando entre sus manos el tabú inconsciente, mamado, del roce y de la edad. Pero la verdad se les hacía verde. Aunque eran palabras, solo palabras. Siempre llegaban a la conclusión de que ni aquello era verdad, ni siquiera su mar era turquesa. Su verdad era verde, extrañamente natural.

No intentaban comprender la dualidad. La dualidad del amanecer se dispersaba en el horizonte. Entre montañas, árboles y rocas. Era imposible comprenderla. Aprehenderla.
 
Y ellos, gris marengo, atisbaban luces en el barro. Pero, no confiaban ni en colores ni en dioses. Para ellos todo era ruido solo ruido. Ni siquiera palabras. Solo estridencia y mentiras.

Pena les daba el amor intentando no serlo a la fuerza. A la fuerza del rojo premonitorio. Y su mar se les vaciaba de intimidad y de libertad. De decires y de voces. De páginas en blanco. 

Había que esperar. Había que esperar que llegara, desde muy lejos, la luz rosa, sucia, pero rosa, como una brisa de planetas y polvo. Solo esperar. Y contemplar. Cómo un renacer impredecible y sorprendente, se venía. Sin esperanza, esperar que los sueños y los nortes y sures se alinearan. Para que ningún alma se durmiera, se extraviara. Esperar. Pacientes, en silencio.

Esto, en muchos, sería imposible. Estridencia y ruido lo impedirían. Se obstinaban en solo ser escuchados. A estos les dolía la angustia de ser anónimos. Temían el silencio. Lo vacío. Pero el silencio no es mudo. Les hablaba y asustaba. Y, esclavos de la materia y de la forma, de lo ético y lo estético, de lo físico, vagaban por la orilla de su incolora existencia. Por la orilla de la nada.

Y el tiempo, pasando monótono. Una babosa en su corazón. A golpes de presente. Sin llevarse nada al pasado. Sin traer nada del futuro. Esperar y contemplar el ahora. Eso quedaba. Hasta que lo único que tuviera sentido fueran los otros. Construir con los otros, golpe a golpe lo inefable. Lo inimaginable. Hasta que todos aprendieran a vivir sin eslabones en las vísceras ni rosas en el pelo. Vivir. Esperar, contemplar y vivir. Eso quedaba. Fundirse. Comunión.

¿Y tú?


La cita

 ...

Lo sé, llego tarde. No seas celosa, no me había olvidado de ti. Eres exigente. En realidad no me necesitas. No necesitas ni que venga ni que hable. Te crees tan segura, tan poderosa, que quieres tus amantes a tus pies. Sí, amantes. Muchos. Eres un amor compartido. Difuso. No me importa. Puedo verte, sentirte, tenerte, casi amarte, a ratos, a trozos. Así nos llega la vida. Discontinua.

No hables tan fuerte ni tan atropelladamente... apenas entiendo lo que dices. No entiendo tu lenguaje, tu idioma. Hoy estás muy alterada. El día está desapacible. Sin embargo, aquí estoy, quizás para acompañarte. O solo para oirte. Para escuchar tu voz. Tan natural, tan necesaria. Me tienes anclado a tu voz, a tu melodía...  Amo tu cadencia. Sugerente. Sensual.  

...

No sé por qué me atraes. ¿Para qué me quieres, si sabes que no te entiendo? Aquí estoy. Dime claramente lo que quieres. Quizás hoy aprenda a entenderte. Lo intento día tras día. Quizás hoy ...

Me callo. Me callo y escucho. Hoy solo escucharé, te escucharé. No diré nada. No romperé este silencio azul cobalto, lleno de tu voz. 

Pero, me gusta tanto cómo lo dices. Y no me rindo, no puedo impedir que penetres. Tu voz es lo que me trae aquí una y otra vez. Hoy no hay nubes. Quizás con nubes te escuche de otra manera. Son tus vestidos. El gris verdoso los días de lluvia. El turquesa, los días soleados. Esta atracción serena   es lo que hace que tu música en mí sea otra, diferente. Siempre es la misma voz, la misma canción, pero tu color... Distinto, iridiscente. Hoy el viento te revolea el vestido. Espuma.

...

He vuelto a nuestra cita. Hoy me sonríes. El viento es frío, de invierno, suave. Pero ... hoy no te oigo. Presto toda mi atención, pero no te oigo. Te veo. Solo me sonries y callas. No soporto este silencio tan lechoso. Sigue hablándome. ¡Por favor! No dejes de hablarme. Te necesito de azul, de verde o de turquesa ..., pero te necesito. Deseo tu voz. No me dejes aquí solo con tu sonrisa en mis ojos y tu silencio en mi. Aspiro este aire de soledad, tan vacío. Necesito tu aroma, Sí, tu aroma.       A menudo me despierta el olor fresco de tu cuerpo. Sobre todo cuando te alejas un poco. Pero hoy estás, te veo, te huelo pero no te oigo. Ya no me hablas. No he logrado complacerte. La arena está fría y el sol naranja, y mi soledad húmeda. No sé decirlo...  estoy tan solo. ¿Por qué no me hablas?

...

Por fin he comprendido. Una revelación. Sí, te me has revelado en sueños. Ha sido enigmático. Misterioso. Yo en tu orilla, pero en mi había otra orilla diferente de un mar diferente. Oscuro, silencioso, sin espuma, de caverna erosionada. Os habeis acercado y besado, rozado. Y mi mar se volvía claro, sereno y hablaba. Lento. Oí vuestros rumores. Como os susurrábais, amantes. Sí, dos amantes apasionados, orilla con orilla, agua con agua. Tu melodía y su poema, al unísono. 

Ya sé lo que quieres de mí. Eres como la vida: no se trata de entenderte sino de responderte. Pondré poemas para tu marea, para tu rumor. Y nos amaremos agua con agua, espuma con espuma. Así... nuestras orillas se acercarán, y besarás mi mar interior, y llenaré de versos tus olas. Eres mi mar. Mi vida.

domingo, 7 de diciembre de 2025

Cavaban (poema)

 

"Había tierra en ellos. 

Y cavaban. (Paul Celan)"

 

Allí estaban. 

Trabajando para enterrar la angustia. 

El silencio. El desamparo.

La miseria y la ira. 

 

No contaban con Dios. Ni con nadie. 

Sabían que Él estaba 

—y Él contemplaba— 

pero a nadie oían, a nadie veían.

Solo dolor. 

 

A ciegas. Como el gusano que roe y roe. 

Laborando sin sentido. 

Sin cesar. Sin futuro. Porque sí.  

 

Inocentes. Esforzados. Cansados.

Transformándose en vacío 

al toque de la angustia.

Pasaba el tiempo. 

Las inclemencias. 

Y no cejaban. 

Cavando. Cavando. 

 

Algo irracional les chorreaba los dedos.

La carne y los deseos se pudrían.

Y en el tiempo, hacia lo oscuro, lo frío. 

 

Sin crear nada. Sin conseguir nada. 

Solo oscuridad. Solo tierra húmeda.

Olor a soledad íntima. Y la voz muda. 

Sin esperar nada. 

 

Pero no estaban solos. 

Otros ojos, otros huesos, 

otras bocas, otras palas.

Estaban con otros.

 

Al levantar la mirada 

veían espectros,

como ellos, como ellas. 

Deshechos de carne y hueso. 


Otras voces que miraban.

 

Ese era el verdadero sentido.

Era el consuelo de un pacto ancestral: 

ese camino subterráneo que 

los acercaba los unos a los otros.

Que los unía. Que los salvaba. 

¿Qué soy?

 

Fui todo antes de ser. 
El origen y el final. 
El alfa, el desarrollo y el omega. 
Todo a la vez.

La luz y la imagen. 
Indefinido. Dual.
El mercurio en el espejo 
y el brillo en el diamante.

Fui lo decible y lo inefable. 
Aquello que temí y lo que amé. 
Pura potencia. Pura inocencia.

Ahora…

Soy el manantial y la piedra. 
Soy la carne y los nervios. 
El colapso de la luz.

El instinto y la emoción. 
La orilla y la espuma. 
El sonido y el concepto.

Más acto que potencia. 
Finito y discreto. 
Eso soy.

Lo que acontece.

Lo que acontece no es lo que ocurre.

Lo que ocurre es inocente.
Es fenómeno puro. Sin intención.
Sin carga ni color.

Lo que acontece es otra cosa.
Es lo que sentimos. 
Lo que elegimos del paisaje. 
Lo que anotamos y medimos. 
Lo que decimos. Concluimos.
La hipótesis.

Pero todo eso no es lo que ocurrió.
Es otra cosa. Impostada. 
Reflejada. Refractada.

Lo que acontece es mudo 
hasta que lo tocamos.

Ahí nace la tragedia. 
Nace el yo. El yo para ello.
El modelo. La imagen elegida.
Y la vestimos.

Es la dignidad última 
de la palabra en la sangre.
Del caos al orden. 
Dolerse. Nombrarlo. 
Hacerlo nuestro.


 

sábado, 6 de diciembre de 2025

Olor a pan.


Huele a pan tostado. Es temprano. 
Siempre me recuerda a la infancia. 
A la seguridad. Al calor.

De pronto, se rompe el cielo. 
El aire tiembla. 
Me asomo a la ventana: todos corren. 
Yo no. Sin comprender.

El olor a pan tostado permanece ingenuo, 
suspendido en el aire, inocente.
Ha volado por encima del humo, 
indiferente a la pólvora. 
Un cuchillo invisible 
ha cortado de raíz 
la esperanza y el sosiego.

Ahora todo es confusión. 
Llanto. Sangre. 
Suciedad. La dignidad última
 de la palabra sobre la carne.

Pronto el lodo caerá al fondo 
y veremos aguas claras. 
Otros aires traerán otra belleza.

Los niños volverán a jugar 
con juguetes inventados. 
Los jóvenes volverán a correr 
con miembros prestados.

Otros amores. Otros fuegos. 
Más grandes. Más rojos.

Y los viejos mirarán 
con los ojos del recuerdo 
y llorarán la inocencia perdida.

Pero yo seguiré aquí, entre escombros. 
Aferrado a la memoria de este día. 
Rescatando el calor.

La única libertad, 
la más terrible y cierta, 
es que yo elijo qué hago con mi sombra.

La paz que vendrá será la luz que llevo.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

... y en tu voz.

 

... y en tu voz me encuentro.

No en la palabra exacta, 

sino en el timbre que me nombra. 

Que me dice. Que me sostiene.

Que me teje y me saca de la sombra. 

Es el cincel de aire que me esculpe

al alba. Es donde soy en la noche.

 

Si el silencio es mi casa, 

tu voz es la puerta abierta. 

Es donde seré. Es la llamada única luminosa.

Tu voz, la brújula en medio de la niebla. 

 

Tu voz y tu sonrisa. 

Me dice "ven". Me dice "vida".

Me transforma. Dejo de ser 

piedra muda. Humo. Agua. 

Me vuelvo eco en la montaña. 

Resonancia en el hogar. 

Y alegría de ser oído. 

 

Tu voz... la única certeza que se canta.

La única verdad que venero. 

 

Sin mapa

 

No hubo mapa.
Ni brújula ni estrella.
Solo el paso ciego
sobre la  dura 
tierra.

Sobre el cieno.

No hubo plan,
ni arquitectura.
Ni promesa, ni sueños.
Solo devenir y esfuerzo.

Y sin embargo... llegué.

De repente, la luz.
Delante de mí, la alegría
brotando libre.

Y me así a su flor
nacida de la grieta.
Sin permiso. Espontánea.
Como amanece el día.
Inevitable. Perfecto.

No había puerto programado.
No había escalas previstas.
Y el mar me regaló la orilla.

No buscaba el fruto.
La fortuna cargó mis ramas.

Y me meció en su barca.

martes, 2 de diciembre de 2025

Seré mar.

 


Nací gota desgajada.
Límpida que descendió con el trueno lejano.
Nube inquieta. Inacabada.
Minúsculo hueco de
luz deseada.

Canto tenue en la altura.
Oscuro relámpago temido.
Bautismo hecho beso.
Y en la piedra dormida
rumor y destino.

"Yo", caleidoscopio.
En cárcava mecida
disolví la dura piedra
en preludio transparente.
Ahora. Impaciente voz
que en tierra halló su urgencia.

Me hizo cauce, prisa.
Tan cuidada, apenas vida fue.
Solo miedo y memoria
que tornó en impulso
la miseria y la herida.

Me hizo tiempo, cicatriz.
Temblor en el abismo. Acariciada. 
Tardía, pero aprendiz.
Guiada en el valle. Serpiente. 
Mimada. Camino abrazado. 
Árbol y ramas.
Puente de cumbre y sal,
no liberada. No decidida.

Así pasé de hueco a grieta,
de rápido a caída.
Sin conciencia. Líquida.
Nunca quieta, pero incierta.

Aprendí. Caminé.
Erré. Traslúcida y opaca.
En la corriente amé.
Y fui de nuevo hora fecunda.

No temí la quietud final.
Ni temí olvidar mi nombre.
Ser apenas eco del aire.
Onda. Ola. Espuma.
Obediencia y abandono.
Noche, día y plata.
Lo acepté. Agradecida.

Espero el horizonte.
La paz de la marea.
Dejaré mi nombre
cómo prenda que viví.

Seré voz. Seré coro.
Sal que todo lo iguala.
Pulso que no cesa.
Plano curvo.
Ni caída ni camino,
sino la llegada misma.

Fui lluvia y río.
Seré mar.