La curva juvenil de tu sonrisa,
aún de tierra, aún de agua y terciopelo,
atravesó mi carne con su fuego
hundiéndose en el centro de mi vida.
Cada abrazo traspasa mi camisa.
Tus luceros se clavan en mi pecho,
que queman e inflaman los deseos,
las palabras, tus miradas, mis caricias.
Forjarás mi destino en tus caderas
a martillo en este yunque iluminado,
en silencio, sin premura y sin miedos.
Cuidaré, vida y muerte, a mi manera.
El espacio y el tiempo regalados.
De la mano: tú luz, yo aire. Eternos.
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