Todavía
conservaba en su interior el tintineo de las llaves del piso y, aún,
sentía su tacto metálico, duro y frío entre sus dedos. Ambas
sensaciones alimentaban su sufrimiento día tras día. Era
insoportable.
Aunque, a ratos, algo (¿o alguien?) dentro de él le decía que olvidara, que había hecho lo que tenía que hacer y que, ya le tocaba ir hacia adelante sin mirar atrás, le era imposible desprenderse del sonido exasperante de aquellas jodidas llaves que le devolvían, una y otra vez, a aquella jodida puerta. Era una locura.
Sentía el continuo deseo de comprobar si Marina y Julia seguían allí después de tanto tiempo. Pero no podía. ¿Por qué? ¿Qué se lo impedía? Su alma era un infierno, un ir y venir sin pausa del remordimiento al odio, de la humillación a la ira, del rencor a la desesperación …
Sin embargo, en el fondo (muy al fondo) estaba convencido de que era su castigo, un castigo que merecía. Una condena impuesta por no se sabe quién … ¿o sí? … ¡Qué se yo! Pero cada minuto que pasaba crecía la angustiosa seguridad de que eso iba a durar una eternidad.
Al fin y al cabo, ¿qué podía esperar él después de suicidarse, tras degollar a su mujer y a su hija?
¡Qué espanto!
ResponderEliminar