Cada cosa está en su sitio.
Allí la piedra que descansa en el mar,
brillante, grávida de luz.
Allí la flor cultivada que se viste de rocío.
Allí nube y galaxia viajan: sin prisas, sin ansias. Allí el agua que nace, el ave en su nido,
el latido.
Espontáneos: todos vienen y van.
Sin tocarlos, sin verlos del todo,
casi sin nombrarlos.
Poco nos es concedido.
Y todo parece perfecto —casi demasiado—; pero hay una grieta en la blancura del silencio.
Está en la sombra de lo que esperamos,
en el hilo del manantial
y en la canción olvidada;
en la compasión silenciosa
y en el vacío que ocupamos.
No hacer. No interrumpir.
Ver. Mirar. Contemplar humildemente.
Aceptar el brazo que nos sostiene. Sin miedo.
Solo permanecer.
Y amar con paciencia.
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