La curva juvenil de tu sonrisa,
aún de tierra, aún de agua y terciopelo,
atravesó mi carne con su fuego
hundiéndose en el centro de mi vida.
Cada abrazo traspasa mi camisa.
Tus luceros se clavan en mi pecho,
que queman e inflaman los deseos,
las palabras, tus miradas, mis caricias.
Forjarás mi destino en tus caderas
a martillo en este yunque iluminado,
en silencio, sin premura y sin miedos.
Cuidaré, vida y muerte, a mi manera.
El espacio y el tiempo regalados.
De la mano: tú luz, yo aire. Eternos.
Primer instante ... Origen. ¡Antes de tí, nada! ¡Ni el tiempo! Punto primigenio. Instante cero ...
miércoles, 23 de agosto de 2017
sábado, 12 de agosto de 2017
Oda a la humildad
¡Ay! Qué más
quisiera yo ser sabio,
atrapar todo el
tiempo
dentro de esta
copa que es mi alma,
navegar orgulloso
por eones,
sin rumbo, sin
miedos,
conocer las
respuestas
y la calma.
Qué más
quisiera yo ser poeta,
deshacer la
materia y el anhelo,
y crear nuevas
voces, nuevos seres,
dibujar redondos
mundos,
inventar nuevos
deseos,
sentimientos y
sentidos,
nuevos saberes.
¡Ay!, pero soy
hombre.
Ínfimo me
conozco
y reconozco
hombre.
Hombre en la
mirada del simple,
hombre en la
sabiduría del necio,
hombre en la
sonrisa del mediocre.
Al fin y al cabo,
hombre
¡Ay, humildad de
mis años!,
que escudriñas
en mi cieno
más preciso, más
secreto;
que me muestras
quién soy
en el espejo de
los ojos,
en la carne que
es el tiempo;
que me juzgas con
esa mirada distinta,
sin deseo;
que conmueves mis
cimientos,
con esa sonrisa
vacía,
y sin eco.
¡Ay, humildad
que amenazas
mis castillos en
el aire!
¡Cuánto dueles!
No eres, ni
necedad ni desprecio,
sino el valor de
lo propio,
que aunque
pequeño, valioso.
A ser humilde de
tierra y de agua,
a conocerme y
conocerte, me debo,
a no saltar los
límites del sendero,
a no ser
vanidoso.
A ser de ellos.
No de mí.
De los otros.
De los últimos.
Y recoger los
trozos de sus sombras,
las formas, lo
auténtico, lo mínimo,
y aprender de los
que buscan,
incansables en
los libros y las ciencias,
el sentido
último,
el deseo primero,
definitivamente,
la esencia.
Hastío
Sucede que me
canso de ser hombre.
De ser ángel de
carne, desechado.
De ser vértigo
luminoso
sobre el blanco
verbo inmaculado
de la nada
fecunda;
bajo el techo
gris, ominoso,
de la nube
líquida, deslumbrado,
que me inunda.
Mediocre, me
canso de ser hombre.
De ser demonio de
vientos, deseado.
De ser lava a
borbotones
del vulcano
vientre arrojado,
a esta famélica
vida.
De ir recogiendo
jirones.
De ir cosiendo
retales, inacabado,
ruina de esta
casa derruida.
Sobre la tierra
dura, hombre.
De metálica
fuente nacen lagos
de miedos y
fuegos que perduran,
como géiseres
que deshacen, magos,
las angustias,
los dolores y las dudas,
como brotes que
renacen, claros,
de las ganas, los
hados y las brumas.
Duele, aunque no
lo parezca, ser hombre.
Aún así, hombre
sin excusas,
no recibir el
espíritu, duele,
de la redentora
brisa de la musa
que de ser hombre
me releve,
que a ser niebla
me impulsa,
que por ser alma
me libere.
Humano, imagen,
sombra de hombre.
Cansado y harto
de mí mismo
solo me queda
avanzar,
remedar de otros
el camino,
esperar la lluvia
bautismal
que me absuelva
del pasado y del delito,
del recuerdo, de
la necedad,
de la misión y
el destino.
Sucede que me
canso de ser hombre.
De ser poema,
visión y anhelo,
de ser hierba, de
ser cielo,
de ser dolor y
silencio,
de ser error, de
ser deseo
y asilo.
Sucede que me canso de ser...
Sucede que me canso de ser...
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