Sólo sé amanecer desde tu cuerpo,
dibujando el perfil de tu relieve,
azulando el brillo nácar de tu pelo,
sonrosando tu mejilla,
blanca y nieve.
Aprendí a besar desde tu boca,
inflamando el aire que te envuelve,
cuando piel con piel son una sola,
cuando labio con labio
se estremecen.
Y lloverte muy despacio
desde el cuello,
resbalando, imperceptible,
muy suave,
en un beso interminable
hasta tu seno,
y romperme, y no ser nada ...
y no ser nadie.
Sólo sé acariciar desde tus dedos,
dejándome llevar por tu corriente,
navegando en el vaivén de tu deseo,
y mojándome en el agua
de tu fuente.
Aprendí a mirar desde tus ojos,
atrapando cada rayo que te hiere,
cuando Luna y Sol son uno solo,
y tu garganta, entre gemidos,
enmudece.
Y forjarme, como hierro,
en tus caderas,
golpeando, con dulzura,
tiernamente,
bajo el fuego de tu fragua
que no quema,
sobre el yunque generoso
de tu vientre.
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