El último sorbo de café amargo y caliente que acababa de tomar
había terminado de despertarlo. Debía concentrarse.
Era su primer
día y no podía desaprovechar aquella oportunidad. Este trabajo le
había caído del cielo, no sólo porque podía dedicarse a su
pasión, el maquillaje, sino que, además, le permitiría aportar
algo de dinero a casa, sobre todo ahora que las cosas iban tan mal.
Se puso la bata nueva, arregló las pinturas, las barras de labio,
las cremas, ... en fin, todas las herramientas de su arte. Se giró y
allí estaba ella, su primera cliente. Quieta, demasiado joven y
demasiado quieta, pensó ... Retiró la sábana que cubría su cabeza, y la contempló marfil, serena, y comenzó su tarea.